Papito, como le decías, decoró la casa con luces. Parece la adaptación de una vieja sociedad de fomento de San Martín pero acá en Devoto. Una decoración linda, humilde y con el glamour de la zona. Pero claro, los aires de barrio siempre me van a acompañar porque me crié ahí.
Se apagan y se encienden con la intermitencia de una respiración agitada. Iluminan mi rostro que brilla por algunas lágrimas curiosas que se asoman a ver qué es lo que me moviliza tanto. Se apagan como cuando cierro los ojos, como cuando intento buscarme y no hallo más que tu recuerdo. Entonces me enciendo queriendo brillar. No sé si lo logro pero al menos lo intento.
Siguen las luces bailando mientras escribo y pienso que esta tristeza que hoy me inunda también tiene su alegría que la complementa.
En mi balance hecho por la nostalgia me encuentro con ausencias irreparables. Vos primero mamá, y luego yo. Perdí mis ganas genuinas para darle paso a las ganas impuestas. Claro que son importantes, pero no dejan de ser obligadas. Porque ahora me permití el duelo y no tengo impulsos reales de hacer. Sólo imposiciones. Mandatos. Responsabilidades. Oscura me siento cuando me embriago de mi parte más depresiva. Y llego al fondo de la angustia, entonces lloro. Mucho. Hasta vaciarme en soledad. Hasta sentir que el dolor caló hondo y ya no tiene más para urgar. Ahí es donde me calmo y respiro. Ahí es donde la lucecita se vuelve a prender y me decoro como un árbol de navidad para salir a la vida de nuevo. Y lo veo a mi hijo que es la luz más brillante y permanente que tengo. Eso es vivir. Él es vivir.
Estoy a poco de pasar mi primera Navidad no sabiendo adónde estás. Termina el año más difícil de mis 36. Habrá otros seguro, porque ése al que llaman dios no se cansa de molestar.
La verdad es que siempre, hasta el año pasado, le escribí a Papá Noel más allá de las pavadas que me contaron sobre su inexistencia. Ahora decidí no hacerlo porque entre tanta pérdida encontré varias luces en el camino que hoy se unen con un cable invisible a mi vida. Y entendí todo. Gracias a los que se cruzaron en mi destino y me hicieron sonreír aún en los momentos más duros. Papá Noel me regaló personas. No puedo pedir nada más... Así que mami, no te preocupes si me ves llorar, es parte de entender de qué la va la historia que protagonizo. No estoy sola. Son muchos los que me abrazan. GRACIAS.
Y crean en Papá Noel, posta.
Se apagan y se encienden con la intermitencia de una respiración agitada. Iluminan mi rostro que brilla por algunas lágrimas curiosas que se asoman a ver qué es lo que me moviliza tanto. Se apagan como cuando cierro los ojos, como cuando intento buscarme y no hallo más que tu recuerdo. Entonces me enciendo queriendo brillar. No sé si lo logro pero al menos lo intento.
Siguen las luces bailando mientras escribo y pienso que esta tristeza que hoy me inunda también tiene su alegría que la complementa.
En mi balance hecho por la nostalgia me encuentro con ausencias irreparables. Vos primero mamá, y luego yo. Perdí mis ganas genuinas para darle paso a las ganas impuestas. Claro que son importantes, pero no dejan de ser obligadas. Porque ahora me permití el duelo y no tengo impulsos reales de hacer. Sólo imposiciones. Mandatos. Responsabilidades. Oscura me siento cuando me embriago de mi parte más depresiva. Y llego al fondo de la angustia, entonces lloro. Mucho. Hasta vaciarme en soledad. Hasta sentir que el dolor caló hondo y ya no tiene más para urgar. Ahí es donde me calmo y respiro. Ahí es donde la lucecita se vuelve a prender y me decoro como un árbol de navidad para salir a la vida de nuevo. Y lo veo a mi hijo que es la luz más brillante y permanente que tengo. Eso es vivir. Él es vivir.
Estoy a poco de pasar mi primera Navidad no sabiendo adónde estás. Termina el año más difícil de mis 36. Habrá otros seguro, porque ése al que llaman dios no se cansa de molestar.
La verdad es que siempre, hasta el año pasado, le escribí a Papá Noel más allá de las pavadas que me contaron sobre su inexistencia. Ahora decidí no hacerlo porque entre tanta pérdida encontré varias luces en el camino que hoy se unen con un cable invisible a mi vida. Y entendí todo. Gracias a los que se cruzaron en mi destino y me hicieron sonreír aún en los momentos más duros. Papá Noel me regaló personas. No puedo pedir nada más... Así que mami, no te preocupes si me ves llorar, es parte de entender de qué la va la historia que protagonizo. No estoy sola. Son muchos los que me abrazan. GRACIAS.
Y crean en Papá Noel, posta.
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