domingo, 1 de marzo de 2015

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Ezequiel era el nombre del nene que me gustaba en sala de 4. Era morocho, de ojos achinados, pelo bien lacio y sonrisa pícara. Jugábamos siempre a la casita, donde él era el hombre que salía a trabajar y yo lo perseguía porque no quería que se fuera. Lo corría por toda el aula, mientras se reía y yo le pedía que se quedara en la casa, exagerando la situación. Sí, así de posesiva era. Muy minita para la edad. Imposible reconocerme en esa Leila. Le escribía cartas de amor con la ayuda de mi papá, porque no sabía escribir pero quería hacerlo. Entonces mi viejo me agarraba la manito envolviendome con su gran mano, y sosteniendo un lápiz entre los dos me iba ayudando a realizar el más dulce e inocente gesto de amor que tuve en mi vida.
Íbamos al jardín de infantes de la escuela "Dominguito", allá en la calle Echeverría de Villa Urquiza. Escuela pública, con patio cubierto y olor a témperas, con un tinglado que enverdecía todas las aulas y cientos de chicos de guardapolvos blancos que me parecían gigantes de la primaria. Mi hermana cursaba quinto grado e integraba el coro, creo, de la cooperadora. Eso me hacía sentir orgullosa y única.
31 años después de estos recuerdos vuelvo a tomar contacto directo con un pintorcito a cuadrillé azul y blanco. Con olor a nuevo, y bolsillos sanos. Con botones intactos y cuello prolijo. Talle 4. Sala Amarilla.
Lisandro comienza sala de 3 el lunes. Emocionada y claramente asustada por el paso del tiempo, intento describir cómo me siento en mi rol de mamá que va a empezar en la escuela pública otra vez. Porque arranco con él, de su mano, una adaptación que será más que movilizadora para ambos. Lichu no estará más con su amada Isabella que aún nombra. Tampoco estarán Giuseppe, Gerónimo ni Franco. Habrá otros amigos nuevos que seguro lo van a hipnotizar como aquellos. En la reunión de padres por ejemplo conocimos a Maia, una pequeña de carácter fuerte y pelo enrulado, que suponemos lo pondrá en vereda en más de una oportunidad. La maestra se llama Andrea y aparenta tener años de docencia y una voz firme pero amable que inspira confianza. Atrás quedan Miranda, Lucía, Luna y la esbelta Nadia del jardín Convivencias. Atrás las madres que tanto me hincharon y aprendí a apreciar. Atrás los pañales, la mamadera de la noche y el arroró. Lejos quedó darte la teta en todo lugar y a cualquier hora, cambiarte 256 veces por día y estar sin dormir casi en el mismo estado que Charly García pero sin milonga.
Crecimos. Para mi gusto demasiado. Arrancamos juntos una nueva etapa. Una más de tantas que vivimos. Ahora es cuándo hijo. Sos mi vida. Vamos por todo que como dice San Martín, lo demás no importa nada!
 
 

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