miércoles, 2 de mayo de 2007

Un lustro de silencios obligados

Al despedirse le dijo que intentara descansar, pero no pudo hacerlo. Los nervios no le permitían mantener el globo ocular quieto aún con los ojos cerrados. Observaba todo lo que estaba a su alrededor intentando no pensar. Sus párpados le pesaban pero no quería dormirse.
No así, sin él.
Y se desesperaba por lo que le sucedía internamente, por no poder calmar aquella locura de amor que, según sus propias palabras, la mantenía viva desde hacía unos meses. El reencuentro. El volver a empezar. Demasiado para asimilarlo de golpe.
Casi seis años de agonía fueron los que sellaron sus historias con experiencias por separado. Para la mujer no era un dato menor. Las anécdotas de la convivencia que intentaron allá por el año 2000 fueron motivos suficientes para batallar contra la memoria y sus recuerdos. Quería borrarlo de su vida no por haber sido infeliz a su lado, sino porque necesitaba sentirse capaz de continuar sola el camino, sin que nadie la abrigara -como siempre soñó-.
El engaño la había marcado, pero eso no importaba. Lo que quería superar era el amor que se resistía a huir de su cuerpo, de sus cinco sentidos. Él significaba todo en su mundo. Ése mundo había sido cosntrucción de ambos, y ella no toleraba semejante fracaso con tan sólo 21 años.
Sin embargo, el devenir del tiempo ayudado con cuatro años de terapia, logró al menos el autoengaño necesario para intentar recomponer su vida. Tras vencer el dolor del primer momento y las lágrimas -nunca suficientes- de "aquello que no fue", pudo volver a sonreir. Costaba, pero a través de la imposición había podido naturalizar la sonrisa y acostumbrarse al gesto.
Así conoció al hombre que le permitió sentirse armada nuevamente, quien le organizó el desorden sentimental que durante muchos años la mantuvo apagada. Y creyó que le había llegado el momento de ser feliz, de volver a amar, de abrazar sin recurrir a viejos sentimientos.
Pero el destino tiene esas vueltas tan inexplicables e inoportunas, que una vez más, y sin que ninguno se diera cuenta, la vida los volvió a juntar.
La mujer, convencida de haber enterrado la historia más importante de su existencia, lo miró sin poder disimular sus nervios. Él, sagaz como de costumbre, no escatimó en laberintos discursivos a la hora de seducir. Sabía que aquello que alguna vez la había enamorado no podía fallar. Porque además, estaba convencido de que aquella mujer hablaba con los ojos, y estos nunca le ocultaron cuánto lo extrañaban. Así comenzaron a jugar con la pasión sin miedo a caer entre sus garras.
Y perdieron.
Una y otra vez perdieron.
Ella se desarmó por completo, y decidió ponerle fin a la relación que tanto bien le hizo. No le importaba nada más que volver a estar con su gran amor. Tanta espera, tantos silencios obligados y reprimidos...
A medida que los meses pasaban, la cotidianidad entre aquella pareja reinventada se iba alimentando a pasos agigantados. Vivencias, risas, lecturas, intelectualidad, caricias, besos, regalos y gemidos fueron construyéndolos de nuevo. Los mismos pero diferentes.
En su cuarto repasaba la película de su relación y necesitaba tenerlo consigo. Ya no toleraba la idea de despertarse sin su compañía. Se lo dijo, no hace mucho, pero él ahora nada en un mar de explicaciones ausentes y paciencia desmedida que la llena de incertidumbres. La desespera, y enloquece con el miedo que le genera la inseguridad que, sin quererlo o queriendo, alimenta sus dudas.
Amigas, pensamientos, vivencias al lado de otra mujer, lugares que recorrió sin su compañía, sentimientos no corrsepondidos, todo la mata.
Él dice que la entiende. Y que hay que esperar un tiempo más para lucirse de la mano frente al mundo. Ella lo escucha. Se enoja. Se muerde por dentro. Tiene terror de volver a vivir la misma escena que hace casi seis años atrás la demolió.
No obstante acepta una vez más, con nervios, los mismos nervios que la otra noche impidieron su sueño, pero con la certeza de que el amor que siente es lo único que la completa.-

Imagen: WEB

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