A M.L.
Mirada torva.
Se acerca imperceptible, conociendo cada uno de mis futuros movimientos. Arrastra sus pies que desde hace décadas vienen acumulando las huellas de un pasado ciclotímico e incierto, como su presente. Me estudia.
Observa.
Su conducta habla de una persona políticamente apasionada y moralmente correcta, como alguna vez creí serlo yo.
Esconde experiencias de vida que le enseñaron a defender aún más sus ideales, y casi contradictorio, los desafía cuando vive al límite de los mismos, en aquél disfrute de la materialidad superflua que hace feliz al ser humano.
No teme.
Aunque muchas veces sus inseguridades lo lleven a equivocar el camino, al estancamiento constante, a sumirse en el estado del fracaso, tiene la capacidad de sembrar una alta cuota de intelectualidad, ternura y conciencia en las personas que tuvieron la dicha de conocerlo –hasta donde él quiso-. Cansado de andar al acecho de un instante de paz, se arma con un simple intercambio discursivo que lo subyugue en el hombre político en que se convirtió. Entonces reluce su perspicacia, inquieta con sus palabras que salen como balas a disparar ante el adversario; descoloca.
Tiene esa manía.
Y lo sabe.
Lo disfruta.
Soberbia gentil que mucha gente no comprende, deja que uno mismo se entorpezca con tan sólo la duda que pueda sembrar. Soberbia de líder, aunque no quiera dar el gran paso.
Sonríe frente a mi debilidad. Comprende que todo lo que sé de él me aprisiona en una complicidad incondicional. Sabe que estoy. Y que no traiciono ideales.
Luce como un hombre de 30 años, sin embargo la versatilidad de su vida lo envuelve en el imaginario de alguien que ya peina canas. Experiencias aceleradas lo chocaron violentamente, pero sigue firme, más fuerte, y oculta la sabiduría de aquél que conoce los códigos de la jungla.
Habla lo necesario para convencer y sueña lo imposible para vivir.
Se acurruca cuando duerme ocultando así el poder que tiene entre sus garras. Se convierte en niño cuando ama, en adulto cuando llora y es hombre cuando pelea. Compleja personalidad. Atrapante.
Está lo suficientemente cerca de mi cuerpo. Sólo una caricia y caeré otra vez ante el hipnotismo que provoca. Sólo una.
Pero fueron dos... y la moral se le destrozó junto con la mía.
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