Una vez
decidí compartir instantes, de esos que uno no olvida jamás en la vida.
Instantes en donde el tiempo se perpetúa ante nuestros ojos y la cabeza retiene
imágenes de olores, sonidos y música de manera extraordinaria. Compartí mi
embarazo, mi carácter y mi manera de ver las cosas. Mi sonrisa, mi ironía, mis
ganas de cambiar el mundo, mis debilidades y mis broncas. Las peleas con mis
viejos y la partida de mi hermana. Mi pasión por la danza y mi ignorancia con
algunas cuestiones futbolísticas. Compartí el día que parí a Lisandro. Mis
dolencias de mamá. Mi llanto por lo que no logré. Mi incertidumbre por lo que
vendrá. La primera papilla de mi hijo, el primer día del padre en familia y
hasta mis deseos de volver a bailar en un escenario.
La cobardía
de un mail tiró todo por la borda. No hubo un diálogo sino un reproche. No hubo
un argumento, sino una forma de interpretar parte de la realidad.
Me prometí no volver a compartir tanto de mi vida y tan rápidamente como lo había hecho con él. Amistad
le llaman. Persona que debí conocer prefiero decir yo.
A pesar de
eso, y por lo vivido, feliz cumpleaños. Donde estés.
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