No quisieron
educarme para fingir. Tampoco para ser infeliz. Sin embargo desde las revistas
que se consumían en casa hasta los programas de TV con los que me crié se construyó
una imagen de mujer que caló hondo en mi generación y lo sigue haciendo.
Mujeres esbeltas, perfectas de piel, súper delgadas, profesionales, amantes,
exitosas, comprensivas, buenas cocineras, y por supuesto para ser completas,
madres. Las exigencias nos marcan el paso, y nosotras en más de una
oportunidad, como idiotas, las intentamos cumplir a raja tabla. Caemos en el
cliché del “quiero superarme” cuando en definitiva lo que no podemos superar es
un desamor que nos viene consumiendo las ganas de todo desde hace casi un año.
Con el
tiempo aprendí a zafar de los estereotipos y pude ver que mi cuerpo tiene su
encanto. Me costó pero pude descubrirme tal cual soy, sin preconceptos ni
rótulos que me ubicaran en algún lugar de moda. Supe elegir amistades,
descartar otras tantas, comprender que si un tipo te dice que entre un hombre y
una mina únicamente puede haber sexo es simplemente porque es un débil mental.
Entendí que “hablar” de cuestiones delicadas por mensaje de texto no existe, o
arreglar situaciones sentimentales por chat es precario de luces, por decirlo
de alguna manera. Luego de años de terapia volví a creer en aquello que las
vueltas de la vida me había quitado: mi inocencia. Y ser inocente es sinónimo
de autenticidad. De nobleza. De sinceridad. Por eso no sé tapar lo que me
molesta, me fastidia o sonreír si estoy enojada.
Fingir es
sinónimo de simular, aparentar, representar, suponer, hacer como que, entre
otros conceptos. En definitiva es mentir. Una de las cosas que valoro de mis
decisiones es haber alejado a quienes fingieron conmigo. Vaya a saber adónde lo
aprendieron y por qué en su momento los elegí. Dicen que quienes comparten la
vida con nosotros son espejos que pueden arrojarnos una imagen que nos agrade o
nos disguste. En fin, aquello que en su momento me hizo mal y no me gustó, hoy
ya no está a mi lado.
Creo que el
secreto es ese: respetarse. Morirse como uno vivió. Ser coherente. Pelear por
lo que uno quiere y hacerse cargo de lo que hace, en todo sentido.
Natalia deja de escribir. Se pierde en sus
pensamientos. Quiere llorar, está angustiada, pero logra salir un poco de esa
situación pensando en lo cobarde que fue Sergio. Toma agua e intenta
relajarse. Enciende la radio. Ya nada
volverá a ser como antes. No hay vuelta atrás, lo sabe. De fondo, como un telón
que marca el fin y el comienzo de algo, se escuchan los versos de la canción
“El necio”. Natalia canta.
"Para no hacer de mi
ícono pedazos,
Para salvarme entre únicos e impares,
Para cederme un lugar en su parnaso,
Para darme un rinconcito en sus altares.
Me vienen a convidar a arrepentirme,
Me vienen a convidar a que no pierda,
Me vienen a convidar a indefinirme,
Me vienen a convidar a tanta mierda.
Yo no se lo que es el destino,
Caminando fui lo que fui.
Allá dios, que será divino.
Yo me muero como viví,
Yo me muero como viví"
Para salvarme entre únicos e impares,
Para cederme un lugar en su parnaso,
Para darme un rinconcito en sus altares.
Me vienen a convidar a arrepentirme,
Me vienen a convidar a que no pierda,
Me vienen a convidar a indefinirme,
Me vienen a convidar a tanta mierda.
Yo no se lo que es el destino,
Caminando fui lo que fui.
Allá dios, que será divino.
Yo me muero como viví,
Yo me muero como viví"
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