Todo empezó allá por el año 2000. Corría el mes de junio, finales de otoño para ser más exacta. Aquel día mi compañero llegó a la casa de mis padres temblando. Lo miré, le pregunté qué le pasaba y con la voz un tanto quebrada por los nervios me dijo emocionado: Voy a ser tío; mi hermana va a ser mamá… Nos quedamos en silencio, parados en la vereda sin escuchar a los autos que pasaban rápido, corriendo picadas en plena avenida. Se detuvo el tiempo entre él y yo. En aquel momento se me mezclaron muchas sensaciones, pero principalmente me asaltó la duda de saber si podía considerarme tía también. Nosotros éramos algo, pero no sabíamos qué. Las definiciones no nos gustaban demasiado, entonces habíamos convenido tácitamente no considerarnos novios. Nos teníamos y punto, y eso nos atrapaba. Pero ahora me tocaba definirme dentro de un título que sin dudas quería estrenar. Porque quería ser parte de esa historia, porque me emocioné tanto como él con la noticia y porque su hermana, tan hermosa y con una gran personalidad, se había criado conmigo en el mismo estudio de danzas clásicas. Casualidades de la vida, o caprichos del destino. Vaya uno a saber.
Lo abracé fuerte, lo felicité y los dos comenzamos a caminar sin rumbo hasta que se hizo de noche. El día no terminaba. Llegamos hasta la puerta de su casa, Martín aún estaba sorprendido. ¿Y Claudia? preguntó a su mamá que se asomaba al portón. No está, salió. No importa, vengo mañana, ¿querés? Y de paso comemos algo acá, le dije. Me miró, me acompañó hasta la esquina y sin darme cuenta, me dio la mano. Nunca habíamos caminado de la mano hasta ése momento. Allí supe que era tía, y nada más me importó.
La panza crecía a pasos agigantados, conocí las ecografías, los estudios que se le hacen a las mujeres embarazadas, los cambios físicos, todo a través de ése bebé que estaba por venir. “Es una nena y se va a llamar Ornella”. A partir del quinto mes, comenzamos a imaginarla, le dimos identidad a través de ese nombre tan imponente. La dibujamos con nuestras mentes, la esperamos, la vivimos, le compramos chupetes, comenzamos a habitar un mundo que jamás habíamos conocido antes. Hasta que llegó el día.
Salía de una clase de danzas y me sonó el teléfono. Urgente me dirigí hasta el sanatorio para verlo a mi compañero. Ahí estaba, más nervioso que nunca, inquieto. Comenzó a ir de un lado al otro, hasta que lo perdí de vista. Estaban su papá y su mamá, emocionados y en silencio. Pasaban los minutos y él no aparecía. Comencé a impacientarme hasta que en un momento, se acercó la enfermera para decirnos que al fin Ornella estaba entre nosotros. La felicidad invadió el sanatorio. Los flamantes abuelos me abrazaron fuerte, y de repente apareció Martín con lágrimas en los ojos. Apenas me vio dijo “nació mi sobrina”, y comenzamos a reír. En medio de tanto alboroto, se corrió una cortina de tela que daba a una habitación y vimos que alguien nos hacía señas. Era la enfermera con la chiquita en brazos. Bella. Única. Mi vida estaba en esas manitos. Latía con ella. Y ahí mismo cuando la vi, dije en voz baja mientras apoyaba la mano en el vidrio que nos separaba: Nació mi sobrina.
Hace diez años que la veo crecer. La amo tanto que no alcanzan las palabras para describir lo que me genera. Hoy celebro su cumpleaños, viéndola tan mujercita y nena a la vez, emocionándome como el primer día que me dijo tía, como el primer día que me sentí parte de su historia.
¡Feliz cumple bonita! Que se cumplan todos tus sueños.
La tía loca.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario