jueves, 9 de agosto de 2012

Apariencias


No quisieron educarme para fingir. Tampoco para ser infeliz. Sin embargo desde las revistas que se consumían en casa hasta los programas de TV con los que me crié se construyó una imagen de mujer que caló hondo en mi generación y lo sigue haciendo. Mujeres esbeltas, perfectas de piel, súper delgadas, profesionales, amantes, exitosas, comprensivas, buenas cocineras, y por supuesto para ser completas, madres. Las exigencias nos marcan el paso, y nosotras en más de una oportunidad, como idiotas, las intentamos cumplir a raja tabla. Caemos en el cliché del “quiero superarme” cuando en definitiva lo que no podemos superar es un desamor que nos viene consumiendo las ganas de todo desde hace casi un año.
Con el tiempo aprendí a zafar de los estereotipos y pude ver que mi cuerpo tiene su encanto. Me costó pero pude descubrirme tal cual soy, sin preconceptos ni rótulos que me ubicaran en algún lugar de moda. Supe elegir amistades, descartar otras tantas, comprender que si un tipo te dice que entre un hombre y una mina únicamente puede haber sexo es simplemente porque es un débil mental. Entendí que “hablar” de cuestiones delicadas por mensaje de texto no existe, o arreglar situaciones sentimentales por chat es precario de luces, por decirlo de alguna manera. Luego de años de terapia volví a creer en aquello que las vueltas de la vida me había quitado: mi inocencia. Y ser inocente es sinónimo de autenticidad. De nobleza. De sinceridad. Por eso no sé tapar lo que me molesta, me fastidia o sonreír si estoy enojada. 
Fingir es sinónimo de simular, aparentar, representar, suponer, hacer como que, entre otros conceptos. En definitiva es mentir. Una de las cosas que valoro de mis decisiones es haber alejado a quienes fingieron conmigo. Vaya a saber adónde lo aprendieron y por qué en su momento los elegí. Dicen que quienes comparten la vida con nosotros son espejos que pueden arrojarnos una imagen que nos agrade o nos disguste. En fin, aquello que en su momento me hizo mal y no me gustó, hoy ya no está a mi lado.
Creo que el secreto es ese: respetarse. Morirse como uno vivió. Ser coherente. Pelear por lo que uno quiere y hacerse cargo de lo que hace, en todo sentido.

Natalia deja de escribir. Se pierde en sus pensamientos. Quiere llorar, está angustiada, pero logra salir un poco de esa situación pensando en lo cobarde que fue Sergio. Toma agua e intenta relajarse.  Enciende la radio. Ya nada volverá a ser como antes. No hay vuelta atrás, lo sabe. De fondo, como un telón que marca el fin y el comienzo de algo, se escuchan los versos de la canción “El necio”. Natalia canta.

"Para no hacer de mi ícono pedazos,
Para salvarme entre únicos e impares,
Para cederme un lugar en su parnaso,
Para darme un rinconcito en sus altares.
Me vienen a convidar a arrepentirme,
Me vienen a convidar a que no pierda,
Me vienen a convidar a indefinirme,
Me vienen a convidar a tanta mierda.
Yo no se lo que es el destino,
Caminando fui lo que fui.
Allá dios, que será divino.
Yo me muero como viví,
Yo me muero como viví"