Una caricia, un elogio, mínimas cuestiones pueden engrandecer el alma. Una flor puede darnos la paz que siempre buscamos. Un beso es capaz de generar tanta ternura… esa que no se deja describir por inaprensible, pero que se hace sentir a través un rastro casi inolvidable.
Así vive ella. Procura regalarle cada instante de su vida porque lo ama… lo ama con la profundidad que jamás se haya conocido entre la raza humana: algo indescriptible por lo grandioso e increíble por lo incondicional. Prepara la cena todas las noches como si estuviera en presencia de un ritual sagrado… “que no falte nada”, piensa. Feliz de condimentar sus horas con delicias para el amor de su vida, espera que la puerta del departamento se abra y aparezca él con una sonrisa.
La espera en su historia ha sido una constante que nunca logró cansarla. Y digo que así vive porque aguarda un gesto que la haga sentir mujer nuevamente. Desea… Se impacienta y vuelve a empezar. Espera salir del trabajo y verlo a él en la vereda de enfrente, ansioso por abrazarla y ahuyentar la energía negativa que la opacó durante la jornada laboral.
Espera una caricia que descubra su anatomía, desafiando las leyes de la memoria, aquellas que siempre nos terminan apresando en lo mecánico, en la inercia de los acontecimientos, en el "ya te conozco".
Ruega que su hombre le devuelva el beso de cada mañana, ése que ella le da sin que se despierte. Se hunde en sus mejillas, respira su perfume y sueña que se acurruca entre los pliegos de su piel, en su cara, para mecerse cada vez que ría…
Gestos que le hagan cosquillas. Eso quiere… Disfrutar de la felicidad por estar enamorada. Escuchar un te quiero que la sorprenda y le quite las ganas de dormir. Llorar, pero de emoción.
Quiere sólo un gesto… para renovar su amor y seguir en la eterna complicidad que la une a él.
Imagen: WEB
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