Siempre me costó asumirme mujer. Me jodía el papel de la niña delicada, vestida de rosa, que le gustaba algún chico, que secreteaba con una amiga, jugaba a las muñecas, lloraba por cualquier cosa y que era obediente. Y ojo que no estaba lejos de esto, para nada. Sin embargo, me resultaba fastidioso verme femenina, hasta incluso cuando fui adolescente me parecía extraño recibir el halago del sexo opuesto. Me sentía incómoda en la postura del disfrute del piropo. Y hacía danzas clásicas sin darme cuenta de que bailar era lo más femenino que podía practicar.
No me pinté las uñas hasta hace poco. Acostumbré a maquillar mis pestañas y a ser coqueta por mi mamá. Si fuera por mí, sería un desastre. Aún hay días en los que me cuesta combinar los colores. Durante muchos años traté en terapia la asociación que se gestaba en mi cabeza entre el concepto de boludez y ser mina. Solía bardear al género, desembocando en una postura al borde del machismo.
Me jodían las indecisiones sobre la ropa, los temas banales sobre la moda, las charlas sobre sexo. Posiblemente todo esto haya tenido que ver un poco con mi apatía por lo convencional, y otro tanto por mis locuras, producto de las locuras de mis padres, que a su vez traían las locuras de mis abuelos. En fin, no voy a resumir 14 años de terapia en 15 renglones. Sí contarles que un día me amigué conmigo. Llegamos a una tregua: disfrutar de ser mujer.
Fue así como comencé a adaptarme, de a poco, aún me cuesta. Pero el click más grande lo tuve un 13 de mayo de 2011. Ese día me levanté a la mañana sin saber que a partir de ahí mi relación con Leila no sería igual. Aquel sábado entré al baño, hice pis y esperé cinco minutos del lado de afuera de la puerta. Mi compañero se envalentonó y entró a ver qué había. Toda mi femineidad puesta en una tira de cartón con dos rayitas. Mi panza comenzaba un camino. Mi cabeza otro. Y mi corazón se había dividido en dos. Entonces comencé a entender lo maravilloso que es ser mujer.
Lisandro llegó a mi vida un 6 de enero de 2012 a las 8.28 hs. Con tres pujos sus ojitos le dieron luz al desorden de ideas que tenía en mi cabeza. Hoy festejo dos años de su nacimiento. Y me felicito por haber empezado a disfrutar del género. Gracias hijo por darme la vida.
Feliz cumple pajarito.
Me jodían las indecisiones sobre la ropa, los temas banales sobre la moda, las charlas sobre sexo. Posiblemente todo esto haya tenido que ver un poco con mi apatía por lo convencional, y otro tanto por mis locuras, producto de las locuras de mis padres, que a su vez traían las locuras de mis abuelos. En fin, no voy a resumir 14 años de terapia en 15 renglones. Sí contarles que un día me amigué conmigo. Llegamos a una tregua: disfrutar de ser mujer.
Fue así como comencé a adaptarme, de a poco, aún me cuesta. Pero el click más grande lo tuve un 13 de mayo de 2011. Ese día me levanté a la mañana sin saber que a partir de ahí mi relación con Leila no sería igual. Aquel sábado entré al baño, hice pis y esperé cinco minutos del lado de afuera de la puerta. Mi compañero se envalentonó y entró a ver qué había. Toda mi femineidad puesta en una tira de cartón con dos rayitas. Mi panza comenzaba un camino. Mi cabeza otro. Y mi corazón se había dividido en dos. Entonces comencé a entender lo maravilloso que es ser mujer.
Lisandro llegó a mi vida un 6 de enero de 2012 a las 8.28 hs. Con tres pujos sus ojitos le dieron luz al desorden de ideas que tenía en mi cabeza. Hoy festejo dos años de su nacimiento. Y me felicito por haber empezado a disfrutar del género. Gracias hijo por darme la vida.
Feliz cumple pajarito.