martes, 5 de noviembre de 2013

La loca del Corsa

No le andaba el tablero. La mina salió sin saber cuánta nafta tenía, cuántos kilómetros había recorrido ni cómo tocar la bocina. Sí, una improvisada pero muy segura. Apretó el embrague, puso primera y encendió el motor. El sudor comenzó a molestarla: los poros del bozo se le dilataron tamaño cráters, luego le brotó agua en el medio de los pechos y por supuesto, la clásica entrepierna que rogaba bajar del auto mientras el ombligo cabrío se movía al compás de un "no jodas más". Lucía desprolija, como sucia, pero era sin dudas todo producto de los nervios: se le había engrasado el pelo y le brillaba la frente, muy seductor el cuadro. Arrancó el motor y decidió arrojarse de lleno a la aventura de que la puteen sinsentido. "Cornuda!" le gritaron, y saludó con una sonrisa. "Gracias, igualmente" lanzó. "Hija de puta!" al doblar una esquina a 5 por hora y de su parte un bocinazo timidón escoltado por la mejor cara.
La marcha comenzó en Villa del Parque y continuó hasta el microcentro. Primer viaje sola. Primera salida de manejo luego de sacar el registro. Libertad. Emoción. Locura. Manejó más de 20 cuadras con las balizas puestas: "por las dudas" explicaba. Nunca había puesto tercera, con lo cual el motor chillaba cruelmente con cada acelerada rabiosa que metía al cruzar avenidas. Puso en tres oportunidades las luces de giro para un lado y para el otro sin hacer ninguna maniobra. "Bueno, no me decidía, me sentía importante porque despisté al que venía atrás". De boluda todo, pero con mucha actitud. Llegó a destino. Su amiga la estaba esperando con una sonrisa de oreja a oreja. "Estás lista?" preguntó feliz. "Si, vamos!". El camino de vuelta estuvo más trabado que el inicial. Avda. Córdoba no es para principiantes, mucho menos el acoso de los colectivos y los taxis. Comenzó a soltar el pico, tomó más confianza y en medio de un semáforo en verde decidió mandar a la mierda a uno que quiso pasarla. "Poné balizas, se me paró el auto"... Las balizas la acompañaron desde Estado de Israel hasta Urquiza. "Creo que no tengo nafta" decía entre risas. Su amiga desbordaba de adrenalina, la misma que sintió frente a la pregunta de si se animaba de copiloto de una inexperta. "Vencí al cáncer" contestó más segura que nunca, dejando entrever que luego de eso todo era posible.
Al llegar al final del recorrido comenzó la odisea para estacionar. Filas de autos tocando bocina y haciendo luces para pasarla mientras ella estaba pensando cómo carajo meter el auto entre dos que ya estaban. Decidió dar una vuelta a la manzana para buscar un lugar mejor. Atrás, adelante, atrás, adelante, por fin alineó el vehículo al cordón de la vereda. "Andre, el freno de manos se pone para abajo?" preguntó desorientada. "No boluda!, para arriba". El silencio las invadió a ambas. Estallaron en risas. "Vinimos con el freno de mano puesto" se la escuchó decir por ahí.
Cuenta la historia que una se creía Carola Casini y la otra Almodovar filmando la película más bizarra de su vida. Ambas disfrutaron de esa tarde como nunca antes. "Gracias por ser tan jugada" le dijo su amiga. Y ella, orgullosa de manejar como el culo, sintió una vez más que otro sueño estaba cumplido.