sábado, 16 de abril de 2011

Historias

¿Nos casamos? ¿Te querés casar conmigo? Le dijo mientras ella terminaba de preparar una tarta en el departamento de dos por dos donde intentaban convivir desde hacía un tiempo. Él era su vida. En ningún momento se pensó lejos de su cuerpo, y cuando así tuvo que ser por elección del destino, intentó reconstruirse como pudo pero volvió a su lado. Cuando aquellas palabras sonaron en su cabeza, soltó el cuchillo que tenía en la mano dejándolo caer, se dio vuelta para mirarlo y comenzó a titubear. ¿Vos decís? ¿Te parece? Al tiempo que una voz en su interior le gritaba que si, desesperada, desgarrada, un si enorme que no la dejaba hablar.
Resolvieron salir a caminar. Ella dejó la comida a medio terminar, agarró las llaves, se puso unas ojotas y comenzaron a recorrer el barrio casi sin hablarse. En un momento, llegaron a la puerta de una iglesia. Era domingo y había misa. Sus estudios primarios y secundarios estuvieron atados a una educación católica que terminó dejándola seca de creencias. Aún así, él, ateo, se detuvo en la puerta. Vamos, no me gustan las misas le dijo ella sin siquiera mirar la arquitectura del lugar. Pidamos fecha, vos me dijiste que te gustaría casarte por Iglesia por tu viejo, bueno, dale, pidamos fecha. Si yo me tengo que bautizar, no nos casamos por acá, sólo hacemos el civil. Si me dejan casarme así, ya lo arreglamos. Muda. Quieta. Sólo le comentó que era domingo y seguramente no les iban a dar bolilla.
Terminó la misa y ése día se cumplían 20 años de antigüedad en la institución del cura que había brindado la ceremonia. Por esta razón, el señor gordo con túnica violácea salió a saludar a sus “fieles”. Ella continuaba inmóvil. Él, ni bien lo vio afuera, lo abordó y le dijo nos queremos casar, ¿Ud nos informa? Así de bizarro.
El hombre les indicó que seguramente se tenían que casar por obra de Dios, porque por ser la celebración de sus 20 años como sacerdote, la secretaría estaba abierta como excepción. Los llevó hasta la puerta de la misma, y los atendieron.
La historia cuenta que aquel domingo fijaron fecha de casamiento para un 18 de abril, y que durante el resto del día no se hablaron. Por la tarde ella volvió a salir, y él, en cambio, quiso quedarse en el departamento. Estaban felices pero eran bastante particulares con sus sentimientos. Siempre habían preferido la soledad frente a hechos que los conmovían.
A medida que fueron pasando los días, ambos comenzaron a darle forma a su casamiento. Sin un mango, tratando de sobrellevar los problemas cotidianos, decidieron festejar a su manera: con amigos, familiares directos y muchísimo baile. Así eran.
A dos días de celebrar su casamiento por civil que estaba fijado para el 16 de abril, accedieron a los anillos de oro. No habían podido comprarlos, no les alcanzaba la plata, entonces sus padres fundieron los aros y alhajas de los abuelos para poder hacerlos. Ese fue su regalo.
No obstante, ambos querían reflejar su amor por la política y la historia argentina en aquella ceremonia. Era el momento de celebrar la unión entre ambos, pero también la unión de convicciones, de lucha y de apasionamientos que tanto los había enamorado a lo largo de sus vidas. Decidieron entonces grabar los anillos.
Durante el noviazgo, ambos habían leído "El Presiedente que no fue" de Miguel Bonasso, tal vez aquello los marcó bastante. Cuando comenzaron a hablar del grabado de los anillos, se miraron, sonrieron y no dudaron un instante en elegir la palabra. Sus nombres, la fecha, y aquella palabra. Iba a ser su secreto, su complicidad. ¿Qué quiere decir?... TE AMO, en chino mandarín…
La leyenda los mantiene vivos, y hoy se cumple un aniversario más de aquella historia de amor. Con el tiempo se develó el misterio del grabado, y fue así como aquella ceremonia, la cual fue histórica e irónica para una institución como la Iglesia, quedó sellada con el intercambio de anillos de oro. Cuentan que la palabra que atravesó la vida de ambos personajes fue ni más ni menos que L.O.M.J.E.: LIBRES O MUERTOS, JAMAS ESCLAVOS.

Los anillos aún son buscados como testimonio de su existencia.

lunes, 4 de abril de 2011

Masculinidades

Mi viejo me puede. Otra vez una figura masculina atravesando mi imaginario. Él y yo. Amándonos y discutiendo como nenes. Crecí en el disfrute de su presencia, y hoy mujer independiente, vivo en la permanente lucha de contradicciones acerca del mito que construí sobre mi padre, y lo que en verdad es. Hombre primero, y con eso tengo un problemita. Ser humano, siempre. Algo derechoso en su condición ideológica. Simpatizante de un radicalismo cada vez más tenue, pero radicalismo al fin. Y con eso tengo un problemón.

Independientemente de todos estos condimentos, mi viejo sabe que con una palabra puede desarmarme. Eso me llena de bronca. En mis sesiones de terapia estoy tratando el tema del género, de mi femineidad combinada con el carácter fuerte, mi hablar despreocupado y maleducado a veces, los desafíos, la competencia. Hete aquí que en un momento dado, en medio de una catarata de voces inconscientes que estaba dejando soltar en el diván, no tengo la mejor idea que decir “me di cuenta de que compito con los hombres”. Mi terapeuta, sagaz, guacho bah, me dice: “es que tu problema es ese. Con-pito”. Ja. Me fui patinando de aquella sesión, enojada, ofendida. No me falta nada, me sobran huevos, le dije. Y me fui. Bueno, no fue tan así. Lo pensé pero no se lo dije. Es hombre, no lo va a entender. Sucede que a medida que pasa el tiempo tiendo a acentuar cada vez más esta lucha de poderes, poniéndome en un lugar que tal vez, no es que no me corresponda, sino que no es del todo inteligente. Por tal motivo, pierdo. Y no lo tolero.

Hoy pasó eso con mi papá, que es hombre, claro. Y discutimos acerca de la moralina de no molestar a los vecinos con ruidos hasta altas horas de la madrugada, por una comida que quiero realizar. No es cualquier reunión. Es una despedida entre otras cosas. Se va mi hermana del país nuevamente, y necesito estar en la casa de mis viejos con mis afectos. Defendiendo la alegría, como decía Benedetti, así, como una trinchera. Bailando, con música fuerte, brindando por su partida, por nuestros años compartidos, porque somos hermanas, porque nos amamos. Eso quiero.

En el momento más álgido de la charla, llegó mi compañero. Al cortar con mi papá, que en el medio de la conversación se me habían pasado mil cosas para decirle acerca del festejo “no entendés porque los radicales son amargos, no saben hacer asado, no entienden lo que es comer un chori, son aburridos”. Pero bueno, me controlé, mezclar todo no era la cuestión. Como decía, mi compañero me comentó la posibilidad de realizar parte de la reunión en la casa de mis viejos y luego en un bar. Así de simple. Sencillo. Pensamiento no rebuscado diría Cobos… Hombre, de nuevo.

En fin. Es una descarga. No pretendo ponerle un remate al texto. Remarco que no me falta nada, a vos te lo digo, Ricardo, que no sé por qué carajo te elegí varón para hacer análisis.

Bueno, lo único que quiero ahora es dejar de pensar. Ah, y mañana no voy a terapia. No se me cantan las bolas –que no tengo, pero me sobran-.